Hace un par de días, en el Metro, iba de pie frente a mí una mujer de unos 35 años, con signos evidentes de embarazo (lo suficientemente evidentes para que los notara yo; eso es muchísimo decir). Nadie le cedió el asiento durante las siete estaciones en que compartimos trayecto.
(Yo iba de pie también, listillos).
El que nadie le cediera el asiento no tiene que ver en absoluto, claro está, con que fuera baja y morena, ni con su leve acento peruano. Y es que en Chile a nadie se le discrimina, no señor.
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